martes, 19 de enero de 2010

En la cascada de Olain

8 de enero de 2010


- ¿Un lugar diferente para visitar en Córdoba?
- La Pampa de Olaen. Tiene restos fósiles de más de 8.000 años, allí mandaron los indios durante siglos. El Obispo Diego Salguero y Cabrera se afincó en 1.763 y levantó la capilla de Santa Bárbara. También fue el lugar de cabalgata preferido de los huéspedes del Hotel Eden en los años treinta. No se la pierda, Menárdez. Además de la capilla encontrará unas ruinas muy bellas y una hermosa cascada.

Allí fue Menárdez. Como siempre llevaba un libro consigo, por las dudas. Esta vez, recordando las palabras de su querido Borges

"El vago azar o las precisas leyes]

que rigen este sueño, el universo,
me permitieron compartir un terso
trecho del curso con Alfonso Reyes”


Eligió una exquisita edición del “Genio y Figura de Alfonso Reyes” escrito por su nieta, Alicia Reyes. Visitó la solitaria capilla y luego las ruinas








Siguiendo el consejo de un baqueano, antes de llegar a la cascada se aprovisionó en el único rancho que había. El paisano le dio agua y pastelitos. Después sí, inició el descenso y se admiró de la belleza del lugar


Tomó mate y leyó sobre la vida de Reyes, “el mejor prosista de habla hispana” al decir de Borges. Tal vez por causa de la antigua iglesia o el paradero indio que había acabado de ver, fue una poesía de Reyes la que lo impactó:

“Los hicieron católicos
Los misioneros de la Nueva España
-esos corderos de corazón de león.
Y sin pan y sin vino,
Ellos celebran la función cristiana,
Con su cerveza-chicha y su pinole
Que es un polvo de todos los sabores”




De regreso en Buenos Aires, siguió rondando Menárdez por la vida del amigo de su querido Borges, investigó y leyó. Para su sorpresa se encontró con una tarjeta postal y una carta




Cascada de Olain Sept. 9 de 1932
El libro se vende mucho.
La editorial sigue bastante bien las noticias de estas editoriales se parecen siempre a las de las enfermeras.


A.S.E. el Señor Alfonso Reyes
Brasil
Querido y admirado amigo:
Empiezo a temer que Ud. no haya recibido la carta que le mandé a México. Volvía a
darle las gracias por su libro, tan perfecto, y me atrevía a preguntarle si ud. creía necesario hacer algún trámite para publicar la Suave Patria, de L. Velarde.
Nuestra ambición sería publicarla con un prólogo suyo...
No sabe cómo lamento haber dejado pasar su estadía en Bs. As, sin conversaciones
con ud. (como si la buena conversación tuviera tantas oportunidades).
Con Silvina, con Borges, siempre lo recordamos y esperamos que Bs. As, vuelva a
mejorarse pronto con su vuelta.
Cuando escriba a su simpático hijo dele recuerdos de mi parte.
Saludo a su señora y le repito mi amistad y agradecimiento.
Adolfo Bioy Casares.
Sept. 9 de 1938
Buenos Aires
Av. Quintana 174
Sept. 25 1939

Menárdez no era el primero en pensar en Reyes en tan desolado paraje. Casi 80 años antes lo había hecho Bioy Casares. La geografía agreste y solitaria está intacta. El recuerdo de Reyes también.





Dedicado a María García Esperón, quien obtuvo las deliciosas imágenes y palabras de Alicia Reyes que están a continuación, autora y nieta de Alfonso Reyes que leí en la Cascada de Olaen “solamente para que se repita una escena”









Los primeros versos pertenecen a la poesía "In Memoriam A. R." de Jorge Luis Borges
Los segundos versos corresponden a "Yerbas del Tarabumara" de Alfonso Reyes.

Los videos son de María García Esperón y se los puede ver en http://www.vozymirada.blogspot.com/

Alicia Reyes recita su poema "A Jorge Luis Borges"

sábado, 16 de enero de 2010

Capítulo X: Un café en Barracas

Hay un mundo inabarcable para Menárdez. Un mundo que es un país, una región, o un universo, según quien lo descubra. Deliberadamente lo omitió por años, no pensó en él. Y sin embargo siempre estuvo ahí, esperándolo.

Hubo de suceder ese descubrimiento inevitable en la madrugada, cuando la semioscuridad nos revela la monstruosidad de las cosas, pero no en una quinta sobre la avenida Gaona (en Gaona ya no hay quintas de veraneo ni vive nadie, sólo deambulan grises vehículos buscando la autopista) sino en un bar de Barracas, mientras tomaba un café esperando que pase la tormenta. Observó que el sobre del azúcar decía



“Los espejos y la cópula son abominables porque multiplican el número de los hombres”



La espantosa frase era inapropiada. Resulta evidente que no se trata de una sentencia hecha para agradar o para dejar un pensamiento breve, positivo, durante la ceremonia del café. Y sin embargo estaba allí. Distraídamente, Menárdez se acercó al mostrador de estaño, hasta la caja que contenía los sobres de azúcar. Ya sabía que ningún otro repetiría la temible frase, pero era menester comprobarlo. Y así fue. Entre los cientos de sobres no había uno igual al primero.

Se volvió a sentar y pidió otro café. El sobre de azúcar que lo acompañaba decía



“La metafísica es una rama de la literatura fantástica”



Menárdez comenzó a entender la naturaleza de las sentencias. Alguien le indicaba que piense en aquel cosmos, el incomprendido, para salvarlo. Quizás si él recordase un tomo de una antigua enciclopedia todo ese universo que hace muchos años se conoció como "Tlön, Uqbar, Orbis Tertius", no fuera olvidado definitivamente. Pero Menárdez no tiene madera de elegido, él lo sabe. Tenía que haber algo más, algo que lo involucrara de otra manera. Quizás la clave le sería revelada con el postrero café.

El sobre decía:



“Los hombres mortales son capaces de concebir un mundo”



Pensó Menárdez que tal vez no le fue indicado recordar ese mundo concebido por otros hombres para salvarlo, sino a la inversa. Tal vez recordando ese cosmos de tigres transparentes y torres de sangre, sus habitantes pudieran pensar en un hombre tomando café.

Al fin y al cabo Menárdez nunca fue otra cosa que el recuerdo de un recuerdo, inventado por un señor que lee en un hotel de Adrogué, afligido por el gran espejo que adivina su figura en la sala taciturna.



Los textos en cursiva pertenecen a "Tlön, Uqbar, Orbis Tertius", de Jorge Luis Borges.Si alguien nunca vio sobrecitos de café como los que aquí se cuentan, encontrará uno en los laterales de la izquierda, abajo.


viernes, 1 de enero de 2010

Capítulo IX: Pedro Menárdez y el olvido

Nuestro citador miró hacia atrás y al encontrar –para su sorpresa- que su tarea literaria podía ser catalogada de “obra”, lo asaltaron miedos borgeanos: por ejemplo temió “…que los glaciares del olvido me arrastren y me pierdan, despiadados...”
En plena zozobra recordó también que

“Sólo una cosa no hay. Es el olvido.
Dios, que salva el metal, salva la escoria
y cifra en Su profética memoria
las lunas que serán y las que han sido”

No pensaba en la “posteridad” claro que no, esa pléyade de generaciones futuras sin rostros ni nombres. Menárdez siempre fue un hombre austero. El pensaba en alguna vieja novia vieja, o en un sobrino que pudiera haberse enterado de su existencia. Tal vez algún buscador artesanal de pequeñas historias de barrio. Pero siempre pensaba que podría ser un lector, o dos a lo sumo, los que podrían interesarse por él en un futuro.
Sólo eso.
Entonces comprendió que debía resguardar sus escasos escritos, especialmente los que jamás alcanzó a publicar, dado que a esta altura él no podría modificar ese destino alejado de las letras de molde. Pensó en una caja fuerte. O en una botella al mar. La primera opción le pareció un símbolo demasiado ostentoso de las riquezas del comercio, que eclipsaría el mensaje de sus someras letras, si es que tenían alguno. Y la segunda le pareció excesivamente ligada al azar, casi un escalón menos, apenas, del olvido definitivo…

- ¿Qué debo hacer? ¿Qué?

Se preguntaba Menárdez cada noche de su vida, mientras sentía que su tiempo se agotaba y la solución no aparecía.Pensó en publicar avisos clasificados en el periódico, y en cada uno de ellos, un pequeño fragmento de su obra, pero lo desechó por costoso.Finalmente apareció la solución. Le enviaría cada una de sus obras a personas que él admiraba o quería, con formato de carta, pero sin encabezados ni aclaraciones, ni explicaciones de ninguna índole. Simplemente un cuento o una poesía dentro del sobre.A su viejo amigo Andrés Otamendi le envió “La vuelta del jugador”; a su compañera Zulema Wheaton le envió “El sueño” ; Al editor Arnoldo Luro “la canción porteña" ;Al paisano Ramón Tejedor le envió "Muerte en la pulpería"
y así siguió con todas y cada unas de sus letras.Cuando terminó esta tarea, Menárdez se sintió más tranquilo: su obra estaría resguardada del olvido. Y satisfecho, se abocó a descubrir el mejor soneto jamás escrito.

Los versos en cursiva pertenecen a poemas de Jorge Luis Borges