Me encontré con mi amigo Macedonio y le pregunté en qué andaba. Me contestó que no estaba escribiendo el Quijote y le dije si no le preocupaba que su autor, Pierre Menard, se ofuscara al enterarse.
- ¿Por qué lo haría, Marcelo? Menard se propuso escribir el Quijote mejor que Cervantes, y lo logró. En cambio, yo me dedico a no escribir la historia de Alonso Quijano y mi éxito, aunque evidente, es paralelo al de un Menard, un Daneri, o un Paladión. Por no agotarme con la monumental tarea voy alternando su acometimiento con la no escritura de Moby Dick, lo cual conlleva un homenaje implícito a Bartleby, aquel sujeto que sea lo que fuere que le propusieran, prefería no hacerlo.
Le pregunté si para no escribir esas obras universales previamente se tomaba el trabajo de leerlas. Me dijo que desde luego, y que era cierto lo que un amigo solía decir de él: “no ha leído mucho, pero lo poco que ha leído, lo ha leído mucho” En cambio las novelas modernas las no escribía sin leerlas previamente.
- Total, es literatura para el olvido. ¿Para qué perder tiempo leyéndolas? ¡Si pareciera que no soy el primer autor que las va a no escribir!
Ya me despedía de Macedonio cuando me soltó el desafío. Me invitaba formalmente a su casa, el sábado por la mañana, a los efectos de no escribir juntos "La importancia de llamarse Ernesto"
Dedicado a Ana María Rivera, borgeana y macedoniana