martes, 17 de enero de 2012

La vida, una maldita cosa detrás de la otra (por Julian Barnes)

En 1971 Borges vino a Oxford, obviamente para recibir un título honorario. En ese momento yo estaba trabajando en el Oxford English Dictionary y, por la noche, Borges ofreció algo que no puede llamarse, exactamente, una conferencia o una lectura o un seminario, sino una suerte de audiencia papal informal. Yo ya había estado frente a otros escritores "a veces bastante famosos", pero, por lo general, no me habían impresionado. Más bien, me habían parecido actores que simulaban haber escrito las palabras que estaban pronunciando, pero no había sido así parecían estar vendiéndose de alguna manera. Borges era totalmente diferente. Al finalizar el encuentro, pensé: si esto es ser un escritor, vale la pena serlo.


En ese entonces yo tenía 25 años y escribí en mi diario en esa oportunidad que Borges tenía "la presencia más noble que alguna vez haya visto o sentido". Ahora tengo 50 años y el eco de esa presencia sigue sobreviviendo en mi interior. También leo que escribí: "parece una veleta entrada en años que los vientos del tiempo hicieron adelgazar". Su traductor leía prosa y poemas en voz alta, mientras Borges escuchaba, con la cabeza levemente inclinada hacia un costado, y siempre articulando los labios al son de sus propias palabras, como un monje que repite en un eco silencioso. "Su obsesión calma, precisa y total con la identidad y el tiempo", anoté, "me hizo sentir que ésta era la verdadera condición normal del hombre".


Hablaba en un inglés suave y agradable y parecía nadar en nuestra literatura, pero una vez más, me sorprendió el hecho de que sus puntos de referencia fueran totalmente diferentes de los que a mí me resultaban familiares y a los que era fiel.
Hablaba de Stevenson, Coleridge, Andrew Lang, Dr. Johnson y Lord Chesterfield. Sin intención, hizo un comentario simple pero profundo: la literatura de una nación no es sólo lo que esa nación decide que sea, sino también lo que otras naciones decidan que sea. Logró que la sala estallara en risas y en aplausos cuando citó la observación de Lord Chesterfield: "¿Qué es la vida? Una maldita cosa detrás de la otra". (Cuando intento verificar la cita 25 años después, descubro que mi Diccionario de Citas de Oxford se la adjudica al oscuro Elbert Hubbard. Bueno, prefiero creerle a Borges y no a un simple diccionario).


También habló de la única palabra, dijo, que ningún escritor usó o usaría, ya que su uso eclipsaría a todos sus vecinos. Era la palabra que Poe estaba buscando, y no encontraba, en El cuervo: la palabra era "neverness" (nunca jamás). Ahora Borges se marchó, hace 10 años, a ese Nunca Jamás al que todos nos dirigimos despiadadamente. Pero su eco sobrevive en todos aquellos a quienes llegó "muchas veces sin saberlo" con su presencia. En un cierto momento hace 25 años, me mostró "una vez más, sin saberlo" que el verdadero rol clerical del escritor es con la gravedad de las cosas, con la "verdadera condición normal del hombre" que tanto tiempo nos lleva ocultar. Más tarde, durante la guerra de Malvinas, nos recordó que la obligación del escritor es decir la verdad más allá de la popularidad. Es lo que hizo con su comentario, brillante y sagaz, de que la guerra no era más que "dos pelados peleándose por un peine". Nunca me conoció, pero yo lo conocí a él, y le rindo un saludo.