jueves, 15 de mayo de 2014

Laberintos




La Plata es una ciudad contradictoria. Parece facilitarle la vida al forastero cuando numera sus calles. ¿Cómo perderse si se va a 13 y 48, por ejemplo? Sin embargo hay una trampa: las diagonales. Está visto que si uno se deja llevar por alguna de ellas corre el riesgo de no llegar jamás a destino.
Hoy anduve por La Plata y, disponiendo de tiempo, me dejé llevar por una diagonal. A lo sumo, kilómetros después pediría que me orienten hasta 10 y 48, tan grave no podría ser. Para mi sorpresa, esta diagonal me hizo llegar más temprano aún a mi cita, así que me metí  en un café y seguramente por asociación con el laberinto platense de las diagonales, recordé  otro laberinto: el del palacio de Cnossos en Creta. Aquel habitado por el terrible minotauro, que devoraba vírgenes de tanto en tanto. Repasé la historia que todos conocemos: que Teseo, cansado de la ofrenda de las y los vírgenes que el Rey de Creta le exigía a su patria, se mezcló con ellos para darle muerte al temible monstruo. Que Ariadna, la hermana del minotauro, se enamoró de Teseo y le ayudó a triunfar. La historia es magnífica por aquello del hilo para salir del laberinto infernal creado por el ingenioso Dédalo.  
Hay aspectos terribles del mito que  la historia de amor entre Teseo y Ariadna deja un poco  solapados. Por ejemplo que el minotauro nació por un error de su padre, Minos, quien no quiso sacrificar un hermoso toro blanco en honor de Poseidón y trató de engañarlo con la muerte de otro animal. Poseidón, al darse cuenta de la estafa, enamoró a Pasifae, esposa de Minos,  del  toro magnífico, y ambos procrearon al minotauro (no es bueno querer engañar a los dioses); que Ariadna (“la más pura”) no sólo se enamoró de quien venía a matar a su hermano sino que lo ayudó a cometer tal crimen y a salir del laberinto, por la promesa de Teseo de llevarla a Atenas para casarse. Para empeorar las cosas, Teseo abandonó a Ariadna a mitad de camino, traicionando así a la traidora, quizás por orden de los dioses.

Los dioses griegos y sus hijos suelen ser crueles. Quizás no son nada más que humanos sin freno alguno, niños poderosos que pueden enojarse mucho si le queremos meter un toro en lugar de otro. Cuando la hora de mi cita llegaba, recordé a Borges. Para él, Asterión, el minotauro, no era malo. Ni siquiera devoraba personas, y creía que alguien vendría a redimirlo, a liberarlo de tanta soledad, no a asesinarlo.  Me quedo con esta versión borgeana del mito. Al fin y al cabo, muchas veces vivimos en un laberinto del cual no queremos salir y cuando creemos que alguien viene a rescatarnos, resulta que quiere hundirnos una espada en el pecho porque nos considera monstruosos. Todos tenemos laberintos que sortear, soledades de las que huir. Aunque no residamos en La Plata y su laberinto diagonal.