martes, 8 de marzo de 2011

Menárdez y el regreso

Hace a la esencia de la porteñidad el regreso, aunque nunca se haya salido de Buenos Aires. Menárdez no se fue de su barrio, ni de su esquina, ni de su café. Y sin embargo no estuvo. No estuvo en la calle Honduras. No estuvo en Serrano. No estuvo en la plaza. No puede explicarlo bien porque, como decimos, nunca se fue de Palermo. Su espíritu lo abandonó por mucho tiempo y sabemos que sin él no es nadie, nadie lo es. Pero ahora siente que está de regreso. Dando una vuelta por su barrio nota que todo está igual pero distinto. Al loco de los gatos lo ve ligeramente cambiado. A sus gatos también. La casa de Carriego se le ocurre más abandonada que antes. No pasó nada más que el tiempo. Nada menos. Y los paisajes borgeanos parecen ser vistos sólo por él:

"y divisé la hondura
los naipes de colores del poniente
y sentí Buenos Aires.
Esta ciudad que yo creí mi pasado
Es mi porvenir, mi presente;
Los años que he vivido en Europa son ilusorios,
Yo estaba siempre (y estaré) en Buenos Aires”

Menárdez no vivió en Europa. Ni en otra ciudad. Ni en otro barrio. Sin embargo camina por las calles de Palermo como la primera vez. Sobrevivir lo mantuvo ajeno, ausente, olvidado. Ya no. Viene con ganas de tomar los naipes de colores del poniente (ese que permanece, milagrosamente) y apostarlo todo, aunque no tenga nada; de una ginebra en la esquina de Guatemala y Borges. De caminar Palermo con ella.

Ella, la que aún no llegó.


Los versos pertenecen a “Arrabal” de Jorge Luis Borges.