lunes, 21 de diciembre de 2009

Capitulo VIII: Sobre cierto homenaje a César Paladión

Pedro Menárdez, el Citador de Borges, estaba en un trance filosófico, preguntándose si existía o no, y para qué. La causa de su introspección fue cierto “Homenaje a César Paladión” escrito por Bustos Domecq:

“La metodología de Paladión ha sido objeto de tantas monografías críticas y tesis doctorales que resulta casi superfluo un nuevo resumen. La clave ha sido dada, una vez por todas, en el tratado La línea Paladión- Pound- Eliot (Vda. De Ch. Bouret, París, 1937) de Farrel du Bosc. Se trata, como definitivamente ha declarado Farrel du Bosc, citando a Myriam Allen de Ford, de una ampliación de unidades. Antes y después de nuestro Paladión, la unidad literaria que los autores recogían del acervo común, era la palabra o, a lo sumo, la frase hecha”… ”Paladión, en 1.909, ya había ido más lejos. Anexó, por decirlo así, un opus completo, Los parques abandonados, de Herrera y Reissig” … “El periodo 1911-19 corresponde, ya, a una fecundidad casi sobrehumana: en rauda sucesión aparecen: El libro extraño, la novela pedagógica Emilio, Egmont, Thebussianas (segunda serie), El sabueso de los Baskerville, De los Apeninos a los Andes, La cabaña del tío Tom, La provincia de Buenos Aires hasta la definición de la cuestión Capital de la República, Fabiola, Las geórgicas (traducción de Ochoa), y el De divinatione (en latín) La muerte lo sorprende en plena labor; según el testimonio de sus íntimos, (Paladión) tenía en avanzada preparación el Evangelio según San Lucas, obra de corte bíblico, de la que no ha quedado borrador y cuya lectura hubiera sido interesantísima”

Seguía reflexionando Menárdez cuando leyó a Jesús Ortega:

"Es sabido que Borges no creía en la originalidad. Borges creía que escribir es igual a transcribir y que escritor es igual a copista. Que la literatura es un gran palimpsesto, un mosaico de citas en el que los autores y las obras se han ido construyendo a partir de los autores y las obras precedentes. La idea moderna de la originalidad artística es un fraude. El amanuense (el escritor) nunca crea ex nihilo sino que manipula un relato transmitido; lo refracta a través del prisma de su visión y de su idiosincrasia. "Esto es", dice Edna Aizenberg en su estupendo El tejedor del Aleph, "lo que podría llamarse originalidad en Borges: la refracción, intensificación y tergiversación de lo dado".

Menárdez descubrió que un autor ficticio llamado Bustos Domecq creó a otro autor ficticio llamado César Paladión, quien a punto estuvo de escribir (no transcribir) el Evangelio según San Lucas, incluso en la traducción de Scío de San Miguel. Y todo esto, hace más de cuarenta años…Así es, querido Menárdez, que Ud. puede quedarse tranquilo. Cítelo nomás a Borges. Vaya detrás de sus pasos. Busque sus cafés, sus bibliotecas, sus alephs. Porque…"¿Quién puede estar seguro de ser el legítimo propietario de todas sus ideas?”

Y puede suceder que esté a la vuelta de la esquina esa persona que nunca leyó a Borges, a Bustos Domecq, o a Paladión, y los lea por primera vez dentro de cinco minutos, curiosa por descifrar este collage. E incluso puede ocurrir que un ateo dubitativo se interese por el Evangelio según San Lucas, escrito por Paladión en esa versión absolutamente idéntica a la traducción de Scío de San Miguel.

Ud. existe, Menárdez, en tanto haya un lector (¡apenas uno!) que llegue hasta el final de estas líneas, usurpadas torpemente y sin cargos de conciencia por quien empuja su destino.

Textos en cursiva pertenecientes a “Homenaje a César Paladión” integrante de las “Crónicas de Bustos Domecq” de Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares (Editorial Losada, Buenos Aires, 1963)
Borges, Mercedes Abad, la originalidad y media docena de robos” de Jesús Ortega

miércoles, 16 de diciembre de 2009

A propósito del Capítulo I: El comienzo de La Trama

En el capítulo I de este blog, recordaba Menárdez el cuento "La Trama" de Borges y el final de Julio César:

“Para que su horror sea perfecto, César, acosado al pie de una estatua por los impacientes puñales de sus amigos, descubre entre las caras y los aceros la de Marco Junio Bruto, su protegido, acaso su hijo, y ya no se defiende y exclama:"¡Tú también hijo mío!" Shakespeare y Quevedo recogen el patético grito.
Al destino le agradan las repeticiones, las variantes, las simetrías; diecinueve siglos después, en el sur de la provincia de Buenos Aires, un gaucho es agredido por otros gauchos y, al caer, reconoce a un ahijado suyo y le dice con mansa reconvención y lenta sorpresa (estas palabras hay que oírlas, no leerlas): "Pero, che!" Lo matan y no sabe que muere para que se repita una escena”

Agrega este Editor el parlamento del "Julio César" de Shakespeare que seguramente despertó en Borges la idea de su trabajo. En la escena I del acto III, Casio, uno de los asesinos de César, dice: "Inclinaos, pues, lavaos con su sangre ¡Dentro de cuántas edades se volverá a representar esta nuestra grandiosa escena en naciones aún no nacidas y en idiomas que aún están por crearse!"

Borges le contesta: será dentro de diecinueve siglos, en una nación del sur de América y en castellano que se representará esa escena, que nos mostrará lo grande que fue tu traición, ¡deshonroso Casio!

Adjuntamos un reportaje de la escritora, periodista y profesora Alejandra Crespín Argarañaz a los artistas colombianos Ana María Rivera y Alejandro Díaz, quienes visitaron Buenos Aires con su espectáculo "Luna de enfrente" sobre textos de Jorge Luis Borges. En este tramo Ana María recita precisamente "La Trama" uno de los relatos preferidos de Menárdez. La excelente filmación del reportaje estuvo a cargo del director Roberto Brandana.


domingo, 13 de diciembre de 2009

Capítulo VII: Una casa en Garay

“Nuestra mente es porosa para el olvido” Jorge Luis Borges

Pedro Menárdez estaba en el subsuelo de la Oficina Municipal de Catastro siguiendo una corazonada: tal vez encontrase alguna antigua propiedad de la calle Garay, a nombre de Zunino y Zungri. Pero no existían tales condóminos, y se fue. Volvió sobre sus pasos con otro pálpito:

- Y por Viterbo? Aparece algo?

Esta vez sí. En Garay había una casa con un propietario de ese apellido. La finca tendría unos setenta años, con lo cual Menárdez sintió que debía tratarse de la que buscaba.
Un cartel de “En venta” reveló que estaba desocupada. Fingiendo interés en comprarla ingresó con el vendedor, que con cansado profesionalismo exaltó bondades y ocultó errores y decrepitudes de la construcción.

- ¿Tiene sótano la casa?
- Sí, uno muy pequeño, pero está clausurado. Pertenecía a la edificación anterior.

Volvió Menárdez por la noche, inexorablemente. Con una herramienta consiguió abrir la tapa sellada que la humedad había ablandado. Linterna en mano descendió los escalones empinados. En el fondo del negro pozo, unos trastos irreconocibles eran el único mobiliario. Se tiró en el piso helado y empezó a contar diecinueve escalones. Luego se quedó a oscuras. Cerró los ojos, y al abrirlos allí, al costado del décimo noveno escalón, estaba la esfera pequeña y luminosa, “el punto del espacio que contiene todos los puntos”: el Aleph. Simultáneamente vio un tigre y todos los tigres, un noruego en Río Grande do Sul, un poniente en Querétaro, un vendedor de biblias antiguas en la avenida Belgrano, un laberinto roto en una isla, una pelea de gauchos en el Sur, un espejo, una diversa Andalucía, un Cristo en la cruz, un libro de arena, un inmortal, dos amigos riéndose, un poeta en la calle Honduras, una tumba en Ginebra, una mujer en York, un anciano conversando con un joven junto al río Charles, un ciego en una biblioteca recitando versos.
Era de día cuando Menárdez corrió a ver al agente inmobiliario. Pero ya era tarde, la casa estaba vendida. Le preguntó quien la había comprado.

- Una empresa. La va a demoler para hacer una torre.

Menárdez comprendió que una vez más desaparecería “el lugar donde están, sin confundirse, todos los lugares del orbe, visto desde todos los ángulos”
Pero él, como su maestro, lo había visto.

-"Cambiará el universo, pero yo no” dijo Menárdez, a sabiendas de que eso es imposible.

Todas las palabras en cursiva pertenecen al cuento “El Aleph” de Jorge Luis Borges

jueves, 10 de diciembre de 2009

Capítulo VI: Borges 110

“Siempre he sentido que mi destino era ante todo, un destino literario. Es decir, que me sucedían muchas cosas, muchas cosas malas y algunas cosas buenas. Pero yo siempre sabía que todo eso, a la larga, lo convertiría en palabras. Yo trataría transmutar todo en palabras. Sobre todo las cosas malas, ya que la felicidad no necesita ser transmutada. La felicidad es su propio fin”

Pedro Menárdez, el citador de Borges, caminaba por Buenos Aires, decidido a olvidarse por un rato de su maestro. Recordando las eficaces palabras de Yourcenar en “Memorias de Adriano” (“Trajano había llegado a ese momento de la vida, variable para cada hombre, en que el ser humano se abandona a su demonio o a su genio, siguiendo una ley misteriosa que le ordena destruirse o trascenderse") entró al Café Tortoni, territorio de turistas y advenedizos, pero no menos encantador por eso. Para su sorpresa, en el fondo se topó con tres figuras que no alcanzó a distinguir más allá de la eterna e invicta sonrisa de Carlitos:

Ella era Alfonsina Storni y él, un Borges algo vacilante. Buscó Menárdez la mesa más alejada del bullicio, y allí, otra vez, su querido maestro lo observaba desde un busto, esta vez sí, definido y clásico.
- Bueno, don Borges! Hoy parece que es Usted quien me busca…

Pero tenía decidido Menárdez pensar en Adriano, así que ganó la calle y caminó un largo rato por el soleado invierno de la Avenida de Mayo. Sin rumbo fijo sus pasos lo llevaron hasta la Plaza del Congreso, y luego siguió por Sáenz Peña hasta la calle México. Un antiguo restaurante le hizo recordar que el breve café del Tortoni había sido la única colación del día. Un almuerzo no le vendría nada mal. Escogió una mesa sobre la ventana que da a la calle México, y un cuadro le llamó la atención:


"Aquí se sentaba Jorge Luis Borges"

El mozo le confirmó que sí, don Borges almorzaba seguido allí, muchas veces con su amigo de la Botica del Angel. Inevitablemente Menárdez escogió la misma mesa, la preferida, regocijado por experimentar por un buen rato una visión del mundo idéntica a la de su querido Borges.- y ese, es un hecho irrefutable…Se preguntó cual sería el motivo por el que no él sino Borges, lo estaba buscando. Y recordó que una fecha se aproximaba: el 24 de agosto será el 110° aniversario del nacimiento del escritor. Entonces no dudó más. No podía permitir que Borges fuera por él; él iría por Borges. Pensó a qué lugar podría ir, siendo que ya había pasado por su querido Palermo, por la casa de Carriego, por la antigua Biblioteca Nacional. Y recordó un iniciático empleo de Borges: el del año 37, como “primer ayudante” de la Biblioteca Municipal Miguel Cané. Cuando se quiso acordar, Menárdez ya estaba en la vieja casa de Carlos Calvo 4321


Al ingresar a su empleo asalariado, Borges ya era un autor reconocido en el mundo. Es de imaginar que los bibliotecarios estarían orgullosos de su nuevo compañero de trabajo. Pero no fue así:"Estuve en la biblioteca durante nueve años. Fueron nueve años de firme infelicidad. En el trabajo, los otros hombres no se interesaban en otra cosa que en las carreras de caballos, en el fútbol, en los cuentos obscenos

Increíblemente, sus compañeros no sólo no lo reconocían. Tampoco lo conocían:"Aunque resulte irónico, en esa época yo era un escritor bastante conocido, salvo en la biblioteca. Una vez un compañero encontró en una enciclopedia el nombre de un tal Jorge Luis Borges, y se sorprendió de la coincidencia de nuestros nombres y fechas de nacimiento”

Menárdez le preguntó a la amable empleada de la biblioteca si se podía ver la famosa oficina donde Borges imaginó algunas obras brillantes como “Las Ruinas Circulares”Y así fue que ambos subieron por una estrecha escalera hasta el pequeño, pequeñisimo lugar de trabajo.- Puedo tomar una foto?

- Digamos que no. Digamos que me distraje…


Menárdez se maravilló con el escritorio. En una vitrina estaba la vieja enciclopedia que refería a un tal Jorge Luis Borges, ese que se llamaba igual que el antiguo empleado de la biblioteca. La biblioteca es pequeña y para escapar del tedio y de la charla fútil de sus compañeros, Borges escribió cosas como La Biblioteca de Babel:“El universo (que otros llaman la Biblioteca) se compone de un número indefinido, y tal vez infinito, de galerías hexagonales, con vastos pozos de ventilación en el medio, cercados por barandas bajísimas. Desde cualquier hexágono, se ven los pisos inferiores y superiores: interminablemente. La distribución de las galerías es invariable. Veinte anaqueles, a cinco largos anaqueles por lado, cubren todos los lados menos dos; su altura, que es la de los pisos, excede apenas la de un bibliotecario normal”

Dice Borges sobre ese trabajo: “Procuró ser una visión pesadillesca o una magnificación de esa biblioteca municipal, y ciertos detalles en el texto carecen de una significación determinada. La cantidad de libros y anaqueles que mencioné en mi relato fueron literalmente los que tenía a mi alcance. Críticos perspicaces se han preocupado por esas cifras y las han dotado, generosamente, de un significado místico. Tanto La lotería en Babilonia como La muerte y la brújula y Las ruinas circulares fueron escritas, en todo o en parte, robando tiempo a mis horarios allí."

Los mundos de Borges son fantásticos. En la biblioteca sin dudas más pequeña de todas las que conoció, imaginó una tan grande como el universo. El universo (con minúscula) no es otra cosa sino una Biblioteca (con mayúscula)Menárdez agradeció a la empleada y se marchó. Recordó aquella frase de “Memorias de Adriano” y ésta de Borges:

"Cualquier destino, por largo y complicado que sea, consta en realidad de un solo momento: el momento en que el hombre sabe para siempre quién es"

La tarde caía en Boedo.
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Las fotos fueron tomadas en:
"Café Tortoni" (Av. de Mayo 825)
Restaurante "Lo Rafael" (México 1.501)
Biblioteca Municipal "Miguel Cané" (Carlos Calvo 4319)
Las citas son de "Memorias de Adriano" (Marguerite Yourcenar)
"La Biblioteca de Babel", "Biografía de Tadeo Isidoro Cruz (1829-1874)" y reportajes a Jorge Luis Borges. La cita de apertura de este trabajo son las palabras iniciales del sitio de la Fundación Internacional Jorge Luis Borges.

miércoles, 9 de diciembre de 2009

Capítulo V: Buscando El libro de Arena


Pedro Menárdez se acercó hasta la calle México 564 buscando la Biblioteca Nacional, aunque hacía años que ya no funcionaba allí. Ahora se encuentra el Centro de Música. En realidad Menárdez no buscaba la biblioteca, sino un libro muy especial: El Libro de Arena de Jorge Luis Borges.

“Lo abrí al azar. Los caracteres me eran extraños. Las páginas, que me parecieron gastadas y de pobre tipografía, estaban impresas a dos columnas a la manera de una biblia. El texto era apretado y estaba ordenado en versículos. En el ángulo superior de las páginas había cifras arábigas. Me llamó la atención que la página par llevaba el número (digamos) 40.514 y la impar, la siguiente, 999. La volví; el dorso estaba numerado con ocho cifras. Llevaba una pequeña ilustración, como es de uso en los diccionarios: un ancla dibujada a la pluma, como por la torpe mano de un niño”

Se acercó a un joven empleado y le preguntó por cierto lugar del edificio.

”Recordé haber leído que el mejor lugar para ocultar una hoja es un bosque. Antes de jubilarme trabajaba en la Biblioteca Nacional, que guarda novecientos mil libros; sé que a mano derecha del vestíbulo una escalera curva se hunde en el sótano, donde están los periódicos y los mapas. Aproveché un descuido de los empleados para perder el Libro de Arena en uno de los húmedos anaqueles. Traté de no fijarme a qué altura ni a qué distancia de la puerta”

El muchacho le dijo que se habían efectuado algunas modificaciones edilicias, que mejor era preguntarle a un viejo empleado que estaba desde la época de la biblioteca, un español de apellido Burgos.

Burgos era un hombre de pocas palabras y rostro anguloso y duro. Se acercó a Menárdez porque se lo indicó el joven, quien era evidentemente su superior. Menárdez percibió la severidad de Burgos y, para dar un rodeo, le preguntó por la Sala del Tesoro y por los tres directores ciegos que tuvo la biblioteca: Mármol, Groussac y, naturalmente, Borges.
Burgos le contó que conoció a Groussac y a Borges. Que el francés era infatigable en la búsqueda de volúmenes para la biblioteca. En cambio Borges odiaba las tareas administrativas, que delegaba en el subdirector. El, simplemente amaba los libros. Y que efectivamente, los tres estuvieron ciegos durante algún momento de sus pasos por la biblioteca.

Había algo extraño en Burgos que Menárdez no alcanzaba a desentrañar. Notó que lo iba a abandonar en cualquier momento, entonces apuró la situación.

- Yo estaba interesado en el Libro de Arena.
- Ese libro no existe- dijo Burgos con su rostro pétreo
- Sin embargo Borges cuenta que lo escondió aquí...

“El número de páginas de este libro es exactamente infinito. Ninguna es la primera; ninguna, la última. No sé por qué están numeradas de ese modo arbitrario. Acaso para dar a entender que los términos de una serie infinita admiten cualquier número"

- Es una ficción de Borges. Ud. debería saberlo, Sr. Menárdez…Pero si insiste, puedo mostrarle donde está el sótano. Creo que han quedado unos viejos libros descartados allí. Si quiere examinarlos…

Menárdez estaba perplejo. Nunca le dijo su nombre y sin embargo Burgos lo sabía. Y tenía algo extraño en su mirada, en su boca sin sonrisas, y en esa repentina invitación a descender al sótano. Entre los pocos libros que había, encontró uno con las hojas terriblemente gastadas. No tenía tapa, y la pobre tipografía estaba impresa a dos columnas. Menárdez lo reconoció de inmediato. Sintió que una lágrima bajaba por su mejilla.

“Prisionero del Libro, casi no me asomaba a la calle. Examiné con una lupa el gastado lomo y las tapas, y rechacé la posibilidad de algún artificio. Comprobé que las pequeñas ilustraciones distaban dos mil páginas una de otra. Las fui anotando en una libreta alfabética, que no tardé en llenar. Nunca se repitieron. De noche, en los escasos intervalos que me concedía el insomnio, soñaba con el libro.”

El libro no era un mito. Existía. Burgos estaba a su lado, como esperando que sucediera algo, con las pupilas blanquecinas enfocadas en un punto perdido del sótano. De pronto Menárdez se estremeció. Ya estaba por mojar en su lengua la yema de su índice derecho para pasar a la segunda página del libro, cuando le preguntó al español

- Ud. se llama Jorge? Jorge de Burgos? Es ciego, verdad?





martes, 8 de diciembre de 2009

Capítulo IV: El recuerdo de Carriego



Esto leía Menárdez en la última mesa del bodegón de la calle Serrano:
“Que un individuo quiera despertar en otro individuo recuerdos que no pertenecieron más que a un tercero, es una paradoja evidente. Ejecutar con despreocupación esa paradoja, es la inocente voluntad de toda biografía. Creo también que el haberlo conocido a Carriego no rectifica en este caso particular la dificultad del propósito. Poseo recuerdos de Carriego: recuerdos de recuerdos de otros recuerdos, cuyas mínimas desviaciones originales habrán oscuramente crecido, en cada nuevo ensayo. Conservan, lo sé, el idiosincrásico sabor que llamo Carriego y que nos permite identificar un rostro en una muchedumbre…”
“Sus días eran un solo día. Hasta su muerte vivió en el 84 de Honduras, hoy 3.784. Era infaltable los domingos en casa nuestra, de vuelta del hipódromo…”
"Un día entre los del año 1.904, en una casa que persiste en la calle Honduras, Evaristo Carriego leía con pesar y con avidez un libro de la gesta de Charles de Baatz, señor de Artagnan. Con avidez, porque Dumas le ofrecía lo que a otros ofrecen Shakespeare o Balzac o Walt Whitman, el sabor de la plenitud de la vida; con pesar porque era joven orgulloso, tímido y pobre, y se creía desterrado de la vida”
La vindicación que su querido Borges hacía de Evaristo Carriego lo decidió. Apuró su vino y se encaminó hacia la vieja casa de la calle Honduras. Pensó que a casi cien años de la muerte de Carriego alguien debía verificar si aún se encontraba el mismo espíritu del barrio que tanto amó, o al menos su recuerdo. Dejó la modernidad del Palermo actual y por eso desconocido, y se adentró por Honduras en el tranquilo barrio de casas bajas:
“Carriego creía tener una obligación con su barrio pobre: obligación que el estilo bellaco de la fecha traducía en rencor, pero que él sentiría como una fuerza. Ser pobre implica una más inmediata posesión de la realidad, un atropellar el primer gusto áspero de las cosas: conocimiento que parece faltar a los ricos, como si todo les llegara filtrado. Tan adeudado se creyó Evaristo Carriego a su ambiente, que en dos distintas ocasiones de su obra se disculpa de escribirle versos a una mujer, como si la consideración del pobrerío amargo de la vecindad fuera el único empleo lícito de su destino
Golpeó la puerta y un joven poeta lo recibió. Le contó que la centenaria casa estaba por ser refaccionada. Junto a él un silencioso empleado recortaba unas láminas, y más atrás una mujer examinaba las primeras ediciones de la antigua biblioteca. Menárdez no pudo evitar observarla mientras preguntaba y el bibliotecario respondía que eran pocos los que visitaban la casa del poeta.
- Serán pocos pero con mucho interés, como la hermosa dama que acabo de ver por allí. El cuidado con que leía una primera edición del “Evaristo Carriego” de Borges, de 1.930, me emocionó. Su amor por los libros es evidente… dijo Menárdez.
- ¿Qué mujer? Ud. es la primera persona que nos visita esta tarde…
“No se le conocieron hechos de amor. Sus hermanos tienen el recuerdo de una mujer…que solía esperar en la vereda y que mandaba cualquier chico a buscarlo. Lo embromaban: nunca le sonsacaron su nombre”
Comprendió Menárdez que la mujer que vio podía ser –como pensaba Borges- el intento de alguien que quería despertarle recuerdos de un tercero, incluso un recuerdo de Carriego; y que seguramente la hermosa mujer no fuera más que eso. Pero por las dudas, cuando salió, se quedó tomando un café muy cerca de la casa del poeta, a esperarla.
Los textos encomillados pertenecen a "Evaristo Carriego" de Jorge Luis Borges
Actualmente la casa de Carriego es una Biblioteca Municipal

lunes, 7 de diciembre de 2009

Capítulo III: Pedro Menárdez y el burdel




Nuestro citador de Borges se adentró en el bajo mundo, tratando de entender por qué al insigne escritor, como a tantos otros jóvenes de su generación, lo llevaron a un lugar como ese para para adiestrarse en el arte amatorio, o mejor dicho para iniciarse, con resultados nefastos.Ya en el burdel, lo primero que le llamó la atención a Menárdez fue que los clientes, antes de concretar el acto sexual, fingen seducir a la profesional, y ésta a la vez finge ser seducida. Poco trabajo le costó a Menárdez imaginar que esa doble ficción se trasladaría adentro del cuarto. Tal vez lo único real de todo lo que allí ocurría fuera la transacción monetaria. En el baño de hombres del salón, se sorprendió aún más con dos caballeros que se acicalaban y bromeaban entre ellos acerca del éxito de sus próximas empresas sexuales, que obviamente tenían un riesgo reducido a cero en lo que a conquista se refiere. Sin darse cuenta, Menárdez, que también estaba frente al espejo como los clientes, dijo:

-“Aquí fracasan todas las religiones. La concepción judaica fracasa, ya que el árbol del Génesis lo han talado a golpes de falo y Adán y Eva se ven aquí reducidos a su actuación más lamentable de mercancía y comprador. La concepción hedónica fracasa, ya que al placer lo han mutilado, robándole las tiaras prestigiosas de la visión romántica y subrayando su tonalidad de fatalismo duro”


Los tipos dejaron de hablar repentinamente, como si hubieran recibido sendos mazazos en sus vientres, casi en la línea del golpe bajo.Por compromiso, uno de ellos balbuceó

- ¿qué dijiste?
- “El día, como un perro cansado, se tiende a nuestros pies y le acariciamos el lomo. Y la estatuaria –esa cosa gesticulante y mayúscula- la comprendemos al deliciarnos con las combas fáciles de una moza, esencial y esculpida como una frase de Quevedo. Y que acepta –sin mayor alarde de asombro- la oxidada moneda falsa de nuestros verbalismos"

El otro tipo se había quedado con la cara empapada, y en las manos, suspendida, una toalla de papel no había llegado a destino. Cerró la boca para abrirla de nuevo

-callate porque te corto

Pero no era Menárdez quien hablaba. Mejor dicho, sí lo hacía, pero las palabras eran puestas en su boca por otro, y entonces no podía detenerse:

-“De la madeja sensorial, la memoria sólo almacena los datos auditivos y visuales. Los otros –placer, dolor, estados térmicos- únicamente persisten vertidos al lenguaje de la visualidad y la audición. E íntimamente ¿qué pueden importarnos las interjecciones y la plasticidad cambiante de las etapas del ayuntamiento, si estas cosas tienen sólo un valor de paralelismo con el placer, que es lo único esencial y que nadie logrará jamás encerrar en una urdimbre de arte?"

El tipo sacó un puñal, pero el amigo lo detuvo:


- ¡Dejalo! ¿No ves que está loco? ¡Vamos, que las chicas nos esperan!
- Tenés razón, vamos. Pero nos vamos también de este puterío de mierda, el idiota este me arruinó la noche.


Menárdez volvió a la barra y terminó su ginebra, mientras una mujer entrada en años y con boca rojo lápiz le sonreía con forma de mueca. Pagó su bebida y se retiró, murmurando:


-“Salimos. El bloque de aire cuadrangular que oprimía nuestras espaldas se hunde. El andamiaje de guirnaldas de brazos y voces acarameladas también se aleja. El cielo se ha llenado de astronomía. Una estrella jadeante tiembla sobre los techos del mercado. Nuestros ojos pulsan muchas estrellas. Las calles, como rieles expertos, nos empujan no se sabe a qué parte”


Y se aleja Menárdez del burdel, habiendo comprendido que aquel fracaso iniciático del hombre que guía sus pasos, era el fracaso de todos los hombres.


Las palabras dichas por Menárdez y en cursiva fueron extraídas de JORGE LUIS BORGES: "Casa Elena (Hacia una Estética del Lupanar en España)". Ultra año 1, no. 17. Madrid, 30/10/1921.
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Dedicado a Susana, que con su amor a Borges impide que Menárdez sea atrapado por las redes del olvido.
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Pintura VIII es de Eduardo Labombarda

domingo, 6 de diciembre de 2009

Capítulo II: La vuelta del jugador


(escrito por un joven Pedro Menárdez)
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Estaba liquidado. Recordó a Ambrose Bierce:“el momento de abandonar es cuando se ha perdido una gran suma, toda esperanza de éxito, la resistencia, y el amor por el juego” Entonces abandonó.
Su compañero de partida estaba peor que él y quiso darle un sablazo que le permitiera evitar el regreso a pie hasta su casa; pero recordando a Alfonso Reyes, él le contestó:
Amigo con quien he compartido,
En las mocedades de México,
La puta y la locura,
Mis dos manos estas flores te dan”
(porque estoy seco sin cura y no me queda ni pan)
- Pero algo te habrá quedado…¿acaso piensas que no te lo devolveré? Por favor, ni en Dios debes de creer…
- No te equivoques, y recuerda a Amado Nervo: “Dios sí existe. Nosotros somos los que no existimos”
- ¡Por Dios! Eres un hombre sin fe. ¿También eres un hombre sin patria?
- En absoluto, contesto él. Este garito es mi patria y aquí me quedo, porque como dijo Pacuvio, la patria está donde uno se halla bien…. ¡Mozo! ¡más vino!
- Por favor, no tenemos un cobre, vayámonos de una vez.
Caminando de regreso, y próximos a llegar a la esquina donde sus senderos se bifurcaban, el amigo, conocedor de las habilidades literarias de su compinche, le dijo que por lo menos le escribiera al mundo el desastre que había sido esa noche para ambos.Pero él, de la mano de Johnson, citado por Boswell, según cuenta Bioy Casares (¡triple bingo!) le dijo
- “Nadie sino un estúpido ha escrito jamás, salvo por dinero” Y no conozco quien quisiera pagarme semejantes líneas…
Llegó a su casa bamboleante, ya de mañana. La vecina amargada estaba barriendo la vereda, y lo recibió como siempre:
- Otra vez borracho y sin un peso. ¿No le da vergüenza, un padre de familia? ¿Qué le va a dejar a sus hijos?
Y él le contestó:
- Estoy con el rey árabe que dijo “Los bienes de un hombre y sus hijos son enemigos” así pues, me lo gasto todo yo. Además no estoy borracho, porque beber enciende el deseo pero impide la acción (Macbeth)
La vecina fue subiendo con su enojo el tono de su voz:
- ¡Ignorante!
- Todos somos muy ignorantes. Lo que ocurre es que no todos ignoramos las mismas cosas (Einstein)
Ante el griterío de la calle, salió el marido de la vecina, un hombre ya mayor que echó más leña al fuego:
- Jugador, borracho y además, ¡putañero!
Con el mismo tono del maestro ciego del templo dirigiéndose a Wang Chang, le contestó:
- El joven no tolera la agitación del niño; y el viejo no tolera la puta del joven.
- Pero si usted es un cuarentón, delincuente. Déme la escoba, vieja, que se la voy a meter ya va a saber por donde!
- No hagas a tu prójimo lo que no quieres que te hagan a ti. Puede tener gustos diferentes (Butler)
De nuevo la vecina lo increpó:
- Si yo fuera su mujer, le envenenaría el café!
- Y si yo fuera su marido, me lo bebería! (Churchill dixit)
Por otra parte y si me disculpan, estoy en camino de la cuna a la sepultura y no tengo más tiempo para intercambiar cortesías (otra cita de Bioy)
¡Buenos días!
Pintura: Paul Cézanne, Jugadores de cartas (1.892)

viernes, 4 de diciembre de 2009

Capítulo I: Pedro Menárdez, el Citador de Borges


Menárdez es un escritor erudito, y por eso no puede resistir el empleo de las citas en su trabajo. Así, sin que sea estrictamente necesario, en medio de un cuento costumbrista recuerda que "el odio es un borracho en el fondo de una taberna, que constantemente renueva su sed con la bebida", de Baudelaire.
O bien remata un relato alegórico señalando con Schopenhauer que “El bienestar y la dicha son negativos, sólo el dolor es positivo”
Incluso tomando un té de sábado por la tarde, a propósito de una sabrosa anécdota que acaba de contarse sobre una mujer, puede concluir que “Mi memoria es magnífica para olvidar”(Stevenson)
Sin que venga a cuento advierte que “No hay temor que esté desprovisto de alguna esperanza, y no hay esperanza que esté desprovista de algún temor”(Spinoza)
Y en su crítica sobre el último trabajo de un renombrado autor, recuerda a Bioy Casares: “El recuerdo que deja un libro a veces es más importante que el libro en sí"
Para no parecer fuera de época es capaz de arriesgar con Fontanarrosa que “La perfección es obsesiva. Y eso es un defecto”
Pero este sistema de intercalado de citas le ha empezado a parecer insuficiente. Es que generalmente la frase se encuentra en un contexto mayor, que al suprimirse no permite al lector llegar al alma de lo que quiere significar el citado. Por eso comenzó a incluir en su trabajo no sólo la cita que le interesa sino también párrafos enteros y luego la obra misma, sin temor a derechos registrados o herederos escrupulosos. Tampoco le importa mucho que la inserción de la cita sea verosímil en la trama, y así, en su deseo de incluir a su amado Borges, escribió esto en el cuento gauchesco que a continuación (incurriendo en el mismo vicio de Menárdez) citamos:

Muerte en la pulpería

El gaucho estaba acodado tomando su ginebra, cuando vio la entrada de varios hombres que no conocía, salvo a uno. Entonces recordó “La Trama” de Borges: “Para que su horror sea perfecto, César, acosado al pie de una estatua por los impacientes puñales de sus amigos, descubre entre las caras y los aceros la de Marco Junio Bruto, su protegido, acaso su hijo, y ya no se defiende y exclama:"¡Tú también hijo mío!" Shakespeare y Quevedo recogen el patético grito.Al destino le agradan las repeticiones, las variantes, las simetrías; diecinueve siglos después, en el sur de la provincia de Buenos Aires, un gaucho es agredido por otros gauchos y, al caer, reconoce a un ahijado suyo y le dice con mansa reconvención y lenta sorpresa (estas palabras hay que oírlas, no leerlas): "Pero, che!" Lo matan y no sabe que muere para que se repita una escena” en eso pensaba el gaucho, y cuando reconoció un sobrino suyo entre los hombres sospechosos, peló veloz su facón y exclamó: acá hay un hombre, carajo!
(Pedro Menárdez, "Muerte en la Pulpería" Buenos Aires, año 2.008)