Nuestro citador miró hacia atrás y al encontrar –para su sorpresa- que su tarea literaria podía ser catalogada de “obra”, lo asaltaron miedos borgeanos: por ejemplo temió “…que los glaciares del olvido me arrastren y me pierdan, despiadados...”
En plena zozobra recordó también que
“Sólo una cosa no hay. Es el olvido.
Dios, que salva el metal, salva la escoria
y cifra en Su profética memoria
las lunas que serán y las que han sido”
No pensaba en la “posteridad” claro que no, esa pléyade de generaciones futuras sin rostros ni nombres. Menárdez siempre fue un hombre austero. El pensaba en alguna vieja novia vieja, o en un sobrino que pudiera haberse enterado de su existencia. Tal vez algún buscador artesanal de pequeñas historias de barrio. Pero siempre pensaba que podría ser un lector, o dos a lo sumo, los que podrían interesarse por él en un futuro.
Sólo eso.
Entonces comprendió que debía resguardar sus escasos escritos, especialmente los que jamás alcanzó a publicar, dado que a esta altura él no podría modificar ese destino alejado de las letras de molde. Pensó en una caja fuerte. O en una botella al mar. La primera opción le pareció un símbolo demasiado ostentoso de las riquezas del comercio, que eclipsaría el mensaje de sus someras letras, si es que tenían alguno. Y la segunda le pareció excesivamente ligada al azar, casi un escalón menos, apenas, del olvido definitivo…
- ¿Qué debo hacer? ¿Qué?
Se preguntaba Menárdez cada noche de su vida, mientras sentía que su tiempo se agotaba y la solución no aparecía.Pensó en publicar avisos clasificados en el periódico, y en cada uno de ellos, un pequeño fragmento de su obra, pero lo desechó por costoso.Finalmente apareció la solución. Le enviaría cada una de sus obras a personas que él admiraba o quería, con formato de carta, pero sin encabezados ni aclaraciones, ni explicaciones de ninguna índole. Simplemente un cuento o una poesía dentro del sobre.A su viejo amigo Andrés Otamendi le envió “La vuelta del jugador”; a su compañera Zulema Wheaton le envió “El sueño” ; Al editor Arnoldo Luro “la canción porteña" ;Al paisano Ramón Tejedor le envió "Muerte en la pulpería"
y así siguió con todas y cada unas de sus letras.Cuando terminó esta tarea, Menárdez se sintió más tranquilo: su obra estaría resguardada del olvido. Y satisfecho, se abocó a descubrir el mejor soneto jamás escrito.
Los versos en cursiva pertenecen a poemas de Jorge Luis Borges
Las noches de los sábados
Hace 2 años
"Esto es lo malo de no hacer imprimir las obras: que se va la vida en rehacerlas" Alfonso Reyes. Cuestiones gongorinas, 60.
ResponderEliminar(epìgrafe en Borges, J. L. Discusión, 1932)
Menárdez puede considerar su obra impresa.
Puede contar también con lectores que la resguardarán del olvido.
Pero que se vuelven exigentes, y esperan muchos más capítulos, y el libro, y el soneto!
Es un placer saludar a un bloguer con tan exquisito gusto literario. Me gustó tu perfil de escritores fsvoritos. Yo no actualicé el mió. Tenemos muchas coincidencias en lecturas. Interesante
ResponderEliminarAfectuoso saludo y revulsivo