Hay un mundo inabarcable para Menárdez. Un mundo que es un país, una región, o un universo, según quien lo descubra. Deliberadamente lo omitió por años, no pensó en él. Y sin embargo siempre estuvo ahí, esperándolo.
Hubo de suceder ese descubrimiento inevitable en la madrugada, cuando la semioscuridad nos revela la monstruosidad de las cosas, pero no en una quinta sobre la avenida Gaona (en Gaona ya no hay quintas de veraneo ni vive nadie, sólo deambulan grises vehículos buscando la autopista) sino en un bar de Barracas, mientras tomaba un café esperando que pase la tormenta. Observó que el sobre del azúcar decía
“Los espejos y la cópula son abominables porque multiplican el número de los hombres”
La espantosa frase era inapropiada. Resulta evidente que no se trata de una sentencia hecha para agradar o para dejar un pensamiento breve, positivo, durante la ceremonia del café. Y sin embargo estaba allí. Distraídamente, Menárdez se acercó al mostrador de estaño, hasta la caja que contenía los sobres de azúcar. Ya sabía que ningún otro repetiría la temible frase, pero era menester comprobarlo. Y así fue. Entre los cientos de sobres no había uno igual al primero.
Se volvió a sentar y pidió otro café. El sobre de azúcar que lo acompañaba decía
“La metafísica es una rama de la literatura fantástica”
Menárdez comenzó a entender la naturaleza de las sentencias. Alguien le indicaba que piense en aquel cosmos, el incomprendido, para salvarlo. Quizás si él recordase un tomo de una antigua enciclopedia todo ese universo que hace muchos años se conoció como "Tlön, Uqbar, Orbis Tertius", no fuera olvidado definitivamente. Pero Menárdez no tiene madera de elegido, él lo sabe. Tenía que haber algo más, algo que lo involucrara de otra manera. Quizás la clave le sería revelada con el postrero café.
El sobre decía:
“Los hombres mortales son capaces de concebir un mundo”
Pensó Menárdez que tal vez no le fue indicado recordar ese mundo concebido por otros hombres para salvarlo, sino a la inversa. Tal vez recordando ese cosmos de tigres transparentes y torres de sangre, sus habitantes pudieran pensar en un hombre tomando café.
Al fin y al cabo Menárdez nunca fue otra cosa que el recuerdo de un recuerdo, inventado por un señor que lee en un hotel de Adrogué, afligido por el gran espejo que adivina su figura en la sala taciturna.
Los textos en cursiva pertenecen a "Tlön, Uqbar, Orbis Tertius", de Jorge Luis Borges.Si alguien nunca vio sobrecitos de café como los que aquí se cuentan, encontrará uno en los laterales de la izquierda, abajo.
Las noches de los sábados
Hace 2 años
Muchos se dedicaron a escarnecer la multiplicación de ángeles nominados y de los reflejados cielos simétricos de mi cosmogonía. Sin embargo,hubo un poeta ciego de infinita visión, que entendió que la buena conversión de esos símbolos es lo que importa.
ResponderEliminarMenárdez entiende la naturaleza de las sentencias. Y si al fin y al cabo él no es otra cosa que el recuerdo de un recuerdo, será porque entendió aquella desesperada de Rimbaud "La verdadera vida está ausente; no estamos en el mundo".
En ese café en Barracas, me ha vindicado nuevamente.