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Capítulo V: Buscando El libro de Arena
Pedro Menárdez se acercó hasta la calle México 564 buscando la Biblioteca Nacional, aunque hacía años que ya no funcionaba allí. Ahora se encuentra el Centro de Música. En realidad Menárdez no buscaba la biblioteca, sino un libro muy especial: El Libro de Arena de Jorge Luis Borges.
“Lo abrí al azar. Los caracteres me eran extraños. Las páginas, que me parecieron gastadas y de pobre tipografía, estaban impresas a dos columnas a la manera de una biblia. El texto era apretado y estaba ordenado en versículos. En el ángulo superior de las páginas había cifras arábigas. Me llamó la atención que la página par llevaba el número (digamos) 40.514 y la impar, la siguiente, 999. La volví; el dorso estaba numerado con ocho cifras. Llevaba una pequeña ilustración, como es de uso en los diccionarios: un ancla dibujada a la pluma, como por la torpe mano de un niño”
Se acercó a un joven empleado y le preguntó por cierto lugar del edificio.
”Recordé haber leído que el mejor lugar para ocultar una hoja es un bosque. Antes de jubilarme trabajaba en la Biblioteca Nacional, que guarda novecientos mil libros; sé que a mano derecha del vestíbulo una escalera curva se hunde en el sótano, donde están los periódicos y los mapas. Aproveché un descuido de los empleados para perder el Libro de Arena en uno de los húmedos anaqueles. Traté de no fijarme a qué altura ni a qué distancia de la puerta”
El muchacho le dijo que se habían efectuado algunas modificaciones edilicias, que mejor era preguntarle a un viejo empleado que estaba desde la época de la biblioteca, un español de apellido Burgos.
Burgos era un hombre de pocas palabras y rostro anguloso y duro. Se acercó a Menárdez porque se lo indicó el joven, quien era evidentemente su superior. Menárdez percibió la severidad de Burgos y, para dar un rodeo, le preguntó por la Sala del Tesoro y por los tres directores ciegos que tuvo la biblioteca: Mármol, Groussac y, naturalmente, Borges.
Burgos le contó que conoció a Groussac y a Borges. Que el francés era infatigable en la búsqueda de volúmenes para la biblioteca. En cambio Borges odiaba las tareas administrativas, que delegaba en el subdirector. El, simplemente amaba los libros. Y que efectivamente, los tres estuvieron ciegos durante algún momento de sus pasos por la biblioteca.
Había algo extraño en Burgos que Menárdez no alcanzaba a desentrañar. Notó que lo iba a abandonar en cualquier momento, entonces apuró la situación.
- Yo estaba interesado en el Libro de Arena.
- Ese libro no existe- dijo Burgos con su rostro pétreo
- Sin embargo Borges cuenta que lo escondió aquí...
“El número de páginas de este libro es exactamente infinito. Ninguna es la primera; ninguna, la última. No sé por qué están numeradas de ese modo arbitrario. Acaso para dar a entender que los términos de una serie infinita admiten cualquier número"
- Es una ficción de Borges. Ud. debería saberlo, Sr. Menárdez…Pero si insiste, puedo mostrarle donde está el sótano. Creo que han quedado unos viejos libros descartados allí. Si quiere examinarlos…
Menárdez estaba perplejo. Nunca le dijo su nombre y sin embargo Burgos lo sabía. Y tenía algo extraño en su mirada, en su boca sin sonrisas, y en esa repentina invitación a descender al sótano. Entre los pocos libros que había, encontró uno con las hojas terriblemente gastadas. No tenía tapa, y la pobre tipografía estaba impresa a dos columnas. Menárdez lo reconoció de inmediato. Sintió que una lágrima bajaba por su mejilla.
“Prisionero del Libro, casi no me asomaba a la calle. Examiné con una lupa el gastado lomo y las tapas, y rechacé la posibilidad de algún artificio. Comprobé que las pequeñas ilustraciones distaban dos mil páginas una de otra. Las fui anotando en una libreta alfabética, que no tardé en llenar. Nunca se repitieron. De noche, en los escasos intervalos que me concedía el insomnio, soñaba con el libro.”
El libro no era un mito. Existía. Burgos estaba a su lado, como esperando que sucediera algo, con las pupilas blanquecinas enfocadas en un punto perdido del sótano. De pronto Menárdez se estremeció. Ya estaba por mojar en su lengua la yema de su índice derecho para pasar a la segunda página del libro, cuando le preguntó al español
- Ud. se llama Jorge? Jorge de Burgos? Es ciego, verdad?
"Stat rosa prístina nomine,
ResponderEliminarnomina nuda tenemus." (?)
Tal vez para Menárdez quede algo más...
porque el Logos se lleva bien con la Idea.
«...biblioteca más ciego sólo puede dar Borges, también porque las deudas se pagan», Eco dixit.
ResponderEliminarUsted ha rescatado, sino el libro segundo de la Poética de Aristóteles,la comedia de enredos ,tan lejos hoy de algunas bibliotecas.
Gracias!