martes, 8 de diciembre de 2009

Capítulo IV: El recuerdo de Carriego



Esto leía Menárdez en la última mesa del bodegón de la calle Serrano:
“Que un individuo quiera despertar en otro individuo recuerdos que no pertenecieron más que a un tercero, es una paradoja evidente. Ejecutar con despreocupación esa paradoja, es la inocente voluntad de toda biografía. Creo también que el haberlo conocido a Carriego no rectifica en este caso particular la dificultad del propósito. Poseo recuerdos de Carriego: recuerdos de recuerdos de otros recuerdos, cuyas mínimas desviaciones originales habrán oscuramente crecido, en cada nuevo ensayo. Conservan, lo sé, el idiosincrásico sabor que llamo Carriego y que nos permite identificar un rostro en una muchedumbre…”
“Sus días eran un solo día. Hasta su muerte vivió en el 84 de Honduras, hoy 3.784. Era infaltable los domingos en casa nuestra, de vuelta del hipódromo…”
"Un día entre los del año 1.904, en una casa que persiste en la calle Honduras, Evaristo Carriego leía con pesar y con avidez un libro de la gesta de Charles de Baatz, señor de Artagnan. Con avidez, porque Dumas le ofrecía lo que a otros ofrecen Shakespeare o Balzac o Walt Whitman, el sabor de la plenitud de la vida; con pesar porque era joven orgulloso, tímido y pobre, y se creía desterrado de la vida”
La vindicación que su querido Borges hacía de Evaristo Carriego lo decidió. Apuró su vino y se encaminó hacia la vieja casa de la calle Honduras. Pensó que a casi cien años de la muerte de Carriego alguien debía verificar si aún se encontraba el mismo espíritu del barrio que tanto amó, o al menos su recuerdo. Dejó la modernidad del Palermo actual y por eso desconocido, y se adentró por Honduras en el tranquilo barrio de casas bajas:
“Carriego creía tener una obligación con su barrio pobre: obligación que el estilo bellaco de la fecha traducía en rencor, pero que él sentiría como una fuerza. Ser pobre implica una más inmediata posesión de la realidad, un atropellar el primer gusto áspero de las cosas: conocimiento que parece faltar a los ricos, como si todo les llegara filtrado. Tan adeudado se creyó Evaristo Carriego a su ambiente, que en dos distintas ocasiones de su obra se disculpa de escribirle versos a una mujer, como si la consideración del pobrerío amargo de la vecindad fuera el único empleo lícito de su destino
Golpeó la puerta y un joven poeta lo recibió. Le contó que la centenaria casa estaba por ser refaccionada. Junto a él un silencioso empleado recortaba unas láminas, y más atrás una mujer examinaba las primeras ediciones de la antigua biblioteca. Menárdez no pudo evitar observarla mientras preguntaba y el bibliotecario respondía que eran pocos los que visitaban la casa del poeta.
- Serán pocos pero con mucho interés, como la hermosa dama que acabo de ver por allí. El cuidado con que leía una primera edición del “Evaristo Carriego” de Borges, de 1.930, me emocionó. Su amor por los libros es evidente… dijo Menárdez.
- ¿Qué mujer? Ud. es la primera persona que nos visita esta tarde…
“No se le conocieron hechos de amor. Sus hermanos tienen el recuerdo de una mujer…que solía esperar en la vereda y que mandaba cualquier chico a buscarlo. Lo embromaban: nunca le sonsacaron su nombre”
Comprendió Menárdez que la mujer que vio podía ser –como pensaba Borges- el intento de alguien que quería despertarle recuerdos de un tercero, incluso un recuerdo de Carriego; y que seguramente la hermosa mujer no fuera más que eso. Pero por las dudas, cuando salió, se quedó tomando un café muy cerca de la casa del poeta, a esperarla.
Los textos encomillados pertenecen a "Evaristo Carriego" de Jorge Luis Borges
Actualmente la casa de Carriego es una Biblioteca Municipal

3 comentarios:

  1. "Escucho, fumo y bebo en tanto el fino
    teclado da otra vez su sinfonía:
    el cigarro, la música y el vino
    familiar, generosa trilogía…"

    (Menárdez en la última mesa del bodegón, vino mediante, leyendo a Carriego en Borges?)

    "…¡Tengo unas ganas de vivir la riente
    vida de placidez que me rodea!
    Y por eso quizás, inútilmente,
    en el cerebro un cisne me aletea…"

    (Menárdez apurando el vino, con un llamado interno que lo hacía dirigirse a la casona de la calle Honduras?)

    "¡Qué bien se está cuando el ensueño, en una
    tranquila plenitud, se ve tan vago!…
    ¡Oh, quién pudiera diluir la luna
    y beberla en la copa, trago a trago!"

    (Menárdez, extasiado ante la biblioteca de Carriego?)

    "Todo viene apacible del olvido
    en una caridad de cosas bellas,
    así como si Dios, arrepentido,
    se hubiese puesto a regalar estrellas."

    (Menárdez observando la extraña lectora?)

    "¡Qué agradable quietud! ¡Y qué sereno
    el ambiente, al que empiezo a acostumbrarme,
    sin un solo recuerdo, malo o bueno,
    que, importuno, se acerque a conturbarme!"

    (Menárdez disfrutando la compañía de ese espíritu que sólo él puede ver?)

    "Y me siento feliz, porque hoy tampoco
    ha soñado imposibles mi cabeza;
    en el fondo del vaso, poco a poco,
    se ha dormido, borracha, la tristeza…"

    (Será que Menárdez tomó algo más que un café, mientras esperaba a la hermosa mujer recuerdo?)

    RATOS BUENOS, de Evaristo Carriego.

    Gracias por estos ratos buenos que nos regala el citadino citador.

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  2. gracias, menardez.

    me ha vuelto usté a los tiempos en que dejaba mis amores ahí, sobre el piano... y mi cabeza en el regazo de mi madre que leía, con la voz qué él hubiera deseado, los versos de Carriego.

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  3. Bueno, El Recuerdo de Carriego ciertamente es un trabajo memorable.

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